Reconfigurar la cooperación internacional: de la asistencia al protagonismo ciudadano

Durante años, crecí escuchando que la cooperación internacional era ese gran gesto solidario que venía ”de afuera“: de organismos con siglas en inglés, de países lejanos, de proyectos muchas veces inalcanzables para las realidades locales. Se nos enseñó a ver la ayuda como un privilegio que se agradece en silencio, y a los actores de cooperación como portadores de soluciones que no nos correspondía cuestionar.

Pero hoy, desde la experiencia profesional y personal, creo que es importante dejar de sostener esa visión. La cooperación internacional, si quiere seguir teniendo sentido, debe dejar atrás el asistencialismo y convertirse en un verdadero ejercicio de corresponsabilidad solo si dejamos de concebir a las comunidades como beneficiarias pasivas y empezamos a reconocerlas como actores políticos, con voz, poder y derecho a decidir sobre su presente.

¿Por qué seguimos haciendo cooperación como si estuviéramos en los años 90? En América Latina, el modelo de cooperación tradicional ha mostrado signos de agotamiento. Muchos proyectos, aunque bien intencionados, siguen operando bajo lógicas verticales: priorizan lo urgente sobre lo estructural, lo cuantificable sobre lo transformador. Se financian talleres, publicaciones y consultorías, pero rara vez se invierte en fortalecer capacidades comunitarias a mediano y largo plazo. Se buscan resultados rápidos, pero se evade la complejidad de los contextos, mucho menos se otorgan roles a los beneficiarios.

Por lo que, todavía hay una visión subyacente de que los países del sur global deben ”recibir“ cooperación, no generarla ni mucho menos liderarla. Es una narrativa que perpetúa la dependencia, y que olvida que las comunidades tienen un capital político, social y emocional invaluable que no puede (ni debe) ser sustituido.

El desafío es político, no solo técnico. Ahora, por otro lado, hablar de cooperación ciudadana implica cuestionar las narrativas de las que hemos estado acostumbrados ¿Estamos realmente dispuestos a ceder poder, a cocrear desde el territorio, a escuchar a quienes han sido históricamente silenciados?

No se trata solo de abrir espacios de consulta. Se trata de compartir el diseño, ejecución y la evaluación de los proyectos. También se trata de entender que la participación no es un favor, sino un derecho; y que la transformación no ocurre en las oficinas de los donantes, sino en la calle, en las comunidades, en las manos de quienes deciden involucrarse porque no pueden seguir esperando. Aunque para mantener la cooperación con otros aspectos debemos buscar la manera de diversificar las fuentes, pero sin olvidarnos de quienes son los que en realidad necesitan el apoyo.

Por eso es urgente que como ciudadanía e incluso como sociedad asumamos un rol más activo en la cooperación internacional. No solo exigiendo transparencia, sino también proponiendo. No solo reaccionando ante las crisis, sino anticipándonos desde la acción colectiva.

La cooperación ya no es una política exterior, es una política de proximidad, y para generar esa confianza debemos cambiar esa perspectiva. He tenido la oportunidad de trabajar en iniciativas donde se articulan comunidades, organizaciones sociales y actores de la cooperación internacional para reducir la informalidad laboral, promover el acceso a educación técnica o impulsar reformas políticas desde la ciudadanía. Y lo que más me ha enseñado esta experiencia es que la clave no está en lo que traemos desde afuera, sino en lo que somos capaces de construir desde adentro, con autonomía, afecto y convicción.

El futuro de la cooperación será colectivo o no será. Cooperar, en su sentido más profundo, no es ayudar. Es compartir el riesgo. Es construir algo juntos. Y eso solo es posible si dejamos de pensar en la cooperación como un salvavidas y empezamos a verla como un puente. Un puente que va en ambos sentidos, que requiere diálogo horizontal, y que se sostiene solo si hay confianza.

No necesitamos más proyectos para”capacitar a los pobres“,”ayudar a los que están en desarrollo“, queremos políticas para devolver poder. No necesitamos más donaciones simbólicas, necesitamos transformaciones sostenibles. Y para eso, la ciudadanía ya no puede ser espectadora: debe ser protagonista.

Como generación, nos toca reescribir las reglas de la cooperación. Y esta vez, no desde la espera, sino desde la acción.

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